lunes, 15 de febrero de 2010

Relaciones familiares en crisis


De padres tóxicos e hijos codependientes

Es un círculo vicioso bastante frecuente, pero poco difundido.

Ocurre en hogares donde al menos un mayor es adicto.
Los hijos asumen roles de adultos.
Crecen con la idea de que sólo serán queridos si están pendientes de alguien.

Existen personas que están todo el tiempo pendientes de los demás. En lugar de construir una vida propia, giran en torno de sus hijos, sus padres, sus parejas, sus amigos, sus vecinos. Necesitan ser necesitadas para sentirse seguras. Prefieren la compañía de aquellos que tienen serios problemas, porque eso les ofrece la oportunidad de intervenir, con la intención de salvar o rescatar al otro.

Pero la salvación nunca llega.


Tóxicos y dependientes


En cambio, estas solícitas personas se vuelven controladoras, hipervigilantes, manipuladoras. Aunque no parezca, tienen un problema grave: son codependientes; tan adictos a las relaciones que establecen con los demás y que mantienen obsesivamente ocupadas sus vidas como son adictos al alcohol, al juego o a las drogas los que son socialmente definidos como tales.

Para la licenciada Emilia Faur, psicóloga social organizadora del Primer Encuentro Interdisciplinario sobre Codependencia realizado en la Argentina, la génesis del problema de estas personas adictas a personas hay que buscarla en la historia familiar.

"La mayoría son hijos de padres tóxicos -dice la psicóloga social, que trabajó como especialista en diseño, implementación y monitoreo de programas sociales en el área de salud de Ministerio de Acción Social de la Nación-. Este tipo de padres tiende a ver la rebelión o simplemente las preferencias personales de sus hijos como un ataque personal. Aunque con las mejores intenciones, dañan a sus hijos de tal modo que producen efectos traumáticos profundos en su vida de relación."

En este tipo de familias los hijos se acostumbran a callar, a no oponerse, a no hablar de los problemas, a no confiar en nadie, ni siquiera en ellos mismos. La propia identidad se va desdibujando y devaluando sobre la base de esta vivencia: sólo se llega a ser alguien si los demás necesitan de uno y si se hace algo bueno por el otro.

La licenciada Faur afirma que existen distintos tipos de padres tóxicos. Pero es habitual que uno, o ambos, sean adictos a alguna sustancia o conducta compulsiva (por ejemplo el juego, o incluso el trabajo) y se vivan situaciones de violencia física o verbal en el seno de la familia.


Padres de mala conducta


En algunos casos, estos padres son inadecuados emocionalmente y se sirven de sus hijos para que asuman roles que en verdad les corresponderían a ellos. "Padres de mala conducta -comenta Faur-. ¿Qué casos? Madres de hijas adolescentes que en lugar de acompañar el crecimiento de las chicas compiten con ellas; padres que se visten y actúan como muchachos y se ponen en un pie de igualdad con sus propios hijos... Son esos padres que se enorgullecen diciendo que sus hijos son sus amigos, cuando en verdad el padre no puede ser amigo, pues el padre es la ley. Donde esto no ocurre la relación se vuelve disfuncional."

Cuando en una familia de este tipo hay un padre adicto y una madre que pasa todo el día corriendo detrás de ese hombre para salvarlo del problema, es todo el grupo el que se enferma. "Los primeros en advertir que la dificultad no la tenía solamente el adicto sino también quienes estaban a su alrededor fueron los familiares de Alcohólicos Anónimos en 1940 -explica la licenciada Faur-. Advirtieron que siempre había alguien que vigilaba la vida del adicto, que vivía dominado por eso. Su enfermedad era la del control y de la obsesión por el rescate. Así, los familiares de alcohólicos acuñaron la palabra codependiente para nombrar esta clase de vínculo."

El problema es tan complicado que, en la gran mayoría de los casos, cuando un adicto se recupera sobreviene una crisis en el ámbito familiar, pues su cuidador ya no tiene de qué ocuparse. Allí aflora, con todo dramatismo, su patología. Es que en ese intento de rescatar al marido, hijo, hermano, padre, madre o pareja de sus adicciones comienzan a establecer un tipo de relación en la que no pueden hacer otra cosa que vivir pendiente de esa persona.

¿Por qué la codependencia es más frecuente entre las mujeres? "Porque la posición de la mujer está mucho más legitimada socialmente en la función de rescatar al otro -explica la licenciada Faur-. Muchas mujeres al hablar de un marido adicto afirman que si no lo cuida ella nadie lo cuidará. Y, socialmente, si deja de hacerlo se vuelve una mala mujer. Sin embargo, ni se ayuda ni ayuda al otro. En realidad, justificando sus actitudes y apañándolo sólo se convierte en una facilitadora de las conductas autodestructivas de esa persona. En ese rol de rescatadora no le permite hacerse cargo de los efectos de su propia conducta."

El codependiente es siempre rescatador, perseguidor y víctima. Es que sus intentos de control y salvación están condenados al fracaso.

Muchas películas han plasmado este tipo de relaciones. En "Adiós a Las Vegas", por ejemplo, se presenta la relación entre un alcohólico perdido y una prostituta. Ambos viven al borde. Pero ella, de todos modos, quisiera salvarlo, aunque él ya decidió morir.


Niños niñeros


En las familias tóxicas está tácita o explícitamente prohibido hablar de la conducta compulsiva de alguno o ambos padres. "El hijo de un alcohólico -ilustra Faur- probablemente fue muy perseguido porque no hacía los deberes o no tenía un rendimiento apropiado en la escuela. Es una forma de desviar el foco del problema, pues el problema no está allí."

Cuando en una casa el padre tiene alguna adicción y la madre corre todo el día detrás de él en el vano intento de salvarlo, los hijos suelen ocuparse de funciones para las que aún no están preparados. Así emergen hijos que cubren o compensan las faltas de esos padres. Son autoexigentes, con gran rendimiento.

"No hace falta la adicción a una sustancia para que exista un padre tóxico -aclara la licenciada Faur-. Puede tener también algún trastorno compulsivo en la conducta. Por ejemplo, estar muy pendiente del trabajo y no poder distinguir entre el tiempo dedicado a la casa y el destinado a sus obligaciones. Así, no serán capaces de estar presentes para ninguna demanda emocional que les planteen sus hijos."

Sin embargo, hay vínculos tóxicos entre padres e hijos también allí donde todo indica -aparentemente- enormes dosis de amor. "Es el clásico de la madre ultraposesiva -dice Faur- que les expresa a los hijos que ella, para sentirse bien, sólo necesita que ellos estén bien. Vive por y para sus hijos, pero eso no es amor. Porque la idea implícita es que si les da todo, ella podrá demandarles todo. Hay un mensaje de culpabilización tácito. Ella espera que sean sus hijos quienes la completen. Los hijos nunca podrán hacerlo. Pero siempre se sentirán culpables de no haber podido."

La consecuencia más visible de los hijos de padres tóxicos es que fueron preparados para ser niñeros y niñeras de los demás. "No podrían establecer una relación con alguien que esté bien -dice Emilia Faur-. Porque necesitan ser necesitados para sentirse valorados, necesitan sentir que sirven para algo. Suelen elegir parejas que de algún modo ocupan el lugar que tenía alguno o ambos padres: personas compulsivas, adictas al alcohol, al juego, las drogas, violentos, inmaduros, maltratadores. Esto no se vive en forma consciente, pero el planteo es: lo que no logré con mi mamá o mi papá lo voy a conseguir con este hombre o esta mujer. Ser hijo de padres tóxicos explica perfectamente bien conductas codependientes en la vida adulta: sólo sirvo si otro me necesita."


El desafío de mejorar


La licenciada Faur dice que esta condición es mucho más frecuente de lo que se cree y que muy a menudo llegan a consulta personas deprimidas, con debilitamiento de la voluntad, fobias o que sufren ataques de pánico (tan de moda en los últimos años) y, en especial, que experimentan la sensación de estar anestesiados.

"No es difícil entender por qué sienten eso -explica-. Es que como saben que no pueden desprenderse de esa relación que sostienen, aunque eso les haga muy mal, se acostumbran a amordazar sus sentimientos. Para soportar el nivel de abuso se habitúan al dolor, se callan, como cuando eran chicos y cualquier pequeño problema podía hacer estallar una discusión que terminaba a gritos y golpes."

Pese a las dificultades que generan estas problemáticas, ser hijo de padres tóxicos y haberse vuelto codependiente puede tener un final feliz. Existen terapias especialmente orientadas a ayudar a las personas que sufren esta clase de trastornos.

"El proceso de recuperación tiene distintas etapas y propósitos -explica la licenciada Faur-. El codependiente debe dejar hacer a los otros, es decir, liberarse del intento de controlar a los demás. Así se libera del intento tácito de rescatar al otro para ponerlo en su camino."

Pero, por otra parte, el codependiente debe aprender a responder en lugar de reaccionar, recuperando la autonomía frente a los mandatos del pasado. Esto puede resultar una empresa titánica para aquellas personas que nunca pudieron decir "no puedo" o "no quiero" como manera de afirmar su autonomía y de expresar su capacidad de decidir en libertad.

El desafío consiste en bucear en la historia personal -una travesía a menudo muy dolorosa- para aprender a desapegarse, a aceptar que cada persona es responsable de sus propios actos y que es necesario que afronte las consecuencias que éstos generan.

"La intimidad -concluye Emilia Faur- no es ser absorbido por el otro, sino conocerlo y dejar disponible lo que es propio de cada uno para el encuentro."


Por Gabriela Navarra
De la Redacción de La Nación

0 comentarios:

Publicar un comentario