lunes, 15 de febrero de 2010

Cuando la adicción entra en casa I


Obsesión, falta de límites y negación son algunas de las conductas que adoptan los familiares de adictos, con lo cual ayudan a que la enfermedad persista

Es como si un huracán azotara sus casas y se llevase todo por delante, dejándolos completamente indefensos, con los cimientos destrozados. Llega sin avisar, cuando nadie tiene las herramientas para hacerle frente y golpea con todas sus fuerzas.

Eso sucede cuando una adicción atraviesa las puertas de una familia y perturba su funcionamiento. La dinámica de las relaciones, la comunicación y la conducta de sus miembros cambian y se hacen disfuncionales. La vida se transforma en un calvario que, parece, no tiene fin.

"A causa de la mayor tolerancia social frente a las adicciones, actualmente las familias concurren a la consulta con más años de acarrear el problema, mayor desgaste emocional y con la adicción del familiar más avanzada", sostiene Carlos Souza, director de la Fundación Aylén.

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Irene se avergüenza cuando recuerda las cosas que llegó a hacer para negar el alcoholismo de su hijo Jorge. Desde drogar a su marido con anfetaminas, hasta hacerse pasar por una inspectora de la DGI o "ubicar" a su hija en otra casa que no fuese a la suya. La consigna era ocultar el problema, pero, según expertos en la cuestión, semejante actitud enferma a toda la familia y contribuye al desarrollo de la enfermedad. A esto se le llama codependencia.

Irene sabe mucho de eso. Su hijo Jorge era muy depresivo y tenía una personalidad compulsiva. A los 15 años empezó a tomar y se ponía muy violento. "Me empecé a preguntar en qué había fallado como mamá y comencé a sobreprotegerlo."

La codependencia genera síntomas como obsesión, falta de límites, y conductas inapropiadas y de rescate, compulsión y control, deseos de cambiar a la persona adicta, dejando de vivir para vivir la vida del otro. "Yo no podía pensar en otra cosa. Le cerraba la puerta con llave para ver cómo llegaba a casa", cuenta Irene, para quien recibir golpes de su hijo era casi un hábito.

El día que Jorge la amenazó con un cuchillo en la garganta, tomó todo el coraje reprimido y le hizo frente. "Desde ese día, nunca más me volvió a agredir", cuenta.

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Patricio llegó a Al-Anon (grupo de familiares de alcohólicos) escapando de la violencia que se respiraba en su casa. Después de una paliza que su padre le dio a su hermana, sabía que él era la próxima víctima. "Mi hermana tuvo que ir a su graduación con anteojos negros y una herida en la cabeza. Cuando uno ve sangre y corridas al hospital, se asusta mucho", cuenta hoy, a los 36 años.

Su padre tomaba desde que él era chico y, con tan solo 8 años, pasó a ocupar el lugar del "varoncito" de la casa. Eso lo transformó en un niño callado y hermético.

Los familiares suelen sentirse con poca autoridad, y se transforman en cómplices de la enfermedad. Sus miembros son tan adictos como los que consumen, y por eso necesitan tratamientos y grupos de apoyo que les den las herramientas para salir adelante.

Una forma son los grupos de familiares, donde hay "pares" con quienes compartir, afecto y el apoyo necesario para poder seguir con sus vidas.

En estos núcleos se observa que el adicto logra un significativo lugar de poder. Consigue que el resto del grupo familiar acompañe proyectos ilusorios, promesas de abandonar el consumo que no se cumplen y situaciones de impulsividad a las que nadie puede poner freno.

Todas estas características son las que sufre en carne propia María todos los días. Ya no sabe qué hacer con su hijo mayor, Manuel, que tiene 26 años y es adicto a la cocaína. No estudia, no trabaja y es el rey de la casa.

"Cada vez que sale, yo creo que no vuelve y que me lo traen en una bolsa. Es mi hijo y no puedo dejarlo en la calle", cuenta esta madre separada, de 45 años y con cuatro hijos.

Sus hijos no lo quieren en la casa porque desaparecen cosas y el ambiente es muy efervescente. Rubén, uno de ellos, hizo sus valijas hace 8 meses y nunca más volvió. Fernando, en cambio, se quedó, pero le tiene pánico. "Habla bajito y para adentro. Está como temblando todo el tiempo", cuenta María. No tiene el dinero necesario para pagar una internación y, por otra parte, Manuel no acepta el tratamiento. "Fui a ver a los abogados gratuitos del Palacios de Justicia para hacer un pedido de protección de persona para poder internarlo en el Borda", explica María.

Son familias que están más acostumbradas a vivir en crisis que en normalidad y que presentan una fuerte pasividad frente al problema. "No tienen reglas y los padres siempre tienen una excusa para no hacerse cargo", explica Liliana Bava, doctora en Psicología y colaboradora de grupos de autoayuda.

No hablar

"Creo que siempre le faltó un oportuno cachetazo del viejo", dice Martín sobre su hermano Juan, que a pesar de provenir de una familia de gente sana y trabajadora empezó a consumir cocaína a los 15 años. "Ahí conocí al monstruo en el que se empezó a convertir", cuenta.

En su casa terminaron aceptando el estado de las cosas como si fueran normales y el gran problema fue no hablar. "Creo que el peor defecto de la familia fue la tolerancia total", agrega.

Un buen día, Juan confesó su problema con las drogas y aceptó el tratamiento, pero en el medio se le fue parte de la vida. "Hoy recuperó el brillo en los ojos y su mirada no es más evasiva. Está volviendo a ser el hermano de siempre. Hacía ya casi quince años que no lo veía y lo extrañaba mucho", concluye Martín.

Asertividad

"Jamás se me cruzó por la mente que me casaba con un jugador compulsivo", cuenta Ester al referirse a su ex, Antonio. "Al poco tiempo comenzó a encerrarse en sí mismo, sin advertir frente a mis reclamos que tenía una familia", cuenta. Cuando un desastre económico dejó al descubierto su adicción por el juego, la separación fue inevitable.

La doctora Bava explica que lo que más ayuda en la recuperación es la asertividad, el amor con límites. "Manejarse con firmeza y con claridad. Yo te quiero, pero no quiero tus conductas. Conseguir un equilibrio entre el yo que piensa, siente y actúa."

Así, Antonio llegó a Jugadores Anónimos (JA) y Ester a Juganon, que es el grupo de familiares. "Encontré la contención y comprensión fundamentales para mitigar el dolor que me provocaba el fraude, la mentira y el quebranto económico", resume.

De a poco fueron recuperando la paz y el diálogo. Hoy trabajan juntos y transmiten un mensaje de esperanza.

Por Micaela Urdinez
De la Fundación del Diario LA NACION

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