viernes, 20 de marzo de 2009

LA CONFIANZA ES AMOR

Por Sergio Sinay

Señor Sinay:
Quisiera pedirle que escriba en LNR sobre la confianza. Dicen que es como un castillo de cartas, muy difícil de construir, y que ante la menor amenaza se derrumba. Quisiera saber si se puede recuperar la confianza perdida y si existen segundas oportunidades para ello.
Santiago P. Pan

Es imposible hablar de confianza sin mencionar la responsabilidad. Esta invoca la capacidad de responder por las propias acciones, actitudes y palabras. La responsabilidad se demuestra con actos, no con declaraciones ni juramentos. Y se expresa siempre ante otro ser humano. Cuando en un vínculo, o en una trama de vínculos, las personas actúan responsablemente (no culpan a otros por los efectos de sus acciones, no delegan las consecuencias, no niegan haber hecho lo que hicieron ni haber generado lo que generaron), se construye entre ellas un entramado de confianza. Las personas responsables (por lo que hacen y no por lo que dicen) son confiables.

"La confianza nunca es fruto de la teoría, porque nace de la experiencia y de la actuación", recuerdan con claridad Jaume Soler y María Mercé Conangla en La ecología emocional. Nadie es confiable porque jure o prometa serlo. La confianza (como el amor) es una construcción, se edifica ladrillo a ladrillo, acto tras acto. No está en los vínculos como punto de partida, más allá de que tengamos el deseo o la intuición de confiar. Se trata, mejor, de un punto de llegada. Y es un punto de llegada convergente, que deviene real cuando arribamos juntos a él. Igual que el amor, o que el compromiso, la confianza no se construye con el deseo o la voluntad de una sola persona. Necesita de dos o de todos los que estén involucrados en un vínculo (de pareja, de familia, de fraternidad, de trabajo, social, político, etcétera).

No siempre lo que alguien traiciona es la confianza real. Muchas veces la defraudada es la ilusión de quien creía que el otro era confiable o deseaba que lo fuera, aunque dicha expectativa no resultara "fruto de la experiencia y la actuación". También hay quienes destruyen un verdadero lazo de confianza. Eso no siempre es explicable: la psiquis y el corazón humanos son universos infinitos que contienen zonas misteriosas, y con ese misterio, con el propio y con el del otro, hay que vivir y convivir. Quien confía, con confianza certera, suele ser una persona que cree en sus propios recursos, que ha aprendido, a través de las experiencias vividas, a hacerse responsable de su vida, a generar lo que Fritz Perls, el padre de la terapia gestáltica (de quien se puede leer, entre otras obras, Sueños y existencia) denominó la capacidad de autoapoyo. Y quien malversa la confianza, acaso lo hace porque no confía en su propia capacidad para afrontar ante otro una situación difícil. Ese ser no es confiable para sí mismo. Confianza proviene del latín, confido, que significa "esperanza en la buena fe de alguien". Su traición denuncia mala fe, y ésta nace de mentirse a uno mismo, porque quien actúa de mala fe sabe siempre lo que hace.

En El Camino a La Meca, obra del dramaturgo sudafricano Athold Fugard (heredero de Arthur Miller, Tennessee Williams y Edward Albee), un personaje dice que la confianza es más importante que el amor. En realidad, no puede haber amor sin confianza y, a su vez, la confianza es esencial en la construcción del amor. La confianza es una forma del amor.

Nuestro amigo Santiago se pregunta si una vez traicionada puede ser reconstruida, si hay segunda oportunidad. No existen dos seres humanos iguales; cada vínculo es diferente. ¿Cómo aplicar una respuesta única en un universo tan misterioso? Si hay una segunda oportunidad, pienso, dependerá, igual que la primera, de que las acciones cimienten y construyan el sentimiento. Las acciones, los gestos, las actitudes y la responsabilidad. La confianza se construye o se repara de cuerpo presente, con un yo y un tú que se sumerjan juntos en la experiencia. Cuando la confianza es defraudada, aunque el traicionado sufre, quien se empobrece definitivamente es el fraudulento, porque él vivirá siempre consigo mismo. Es decir, con alguien inconfiable. Que al traicionar, se traiciona.

Publicado en Revista La Nación
Domingo 7 de setiembre de 2008

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